Algunas consideraciones sobre la polémica nota de Marcos Aguinis titulada "El veneno de la épica kirchnerista"
Luego de que La Nación publicara el pasado 21 de agosto la opinión del escritor, se generó un amplio debate, centrado principalmente en una cuestión cuasi judicial basada en la frivolización que realiza el autor de la lógica Nacional Socialista. Sin embargo, otros puntos de su relato también merecen ser revisados.
Opinión por Emmanuel Rossi
Periodista de La Noticia 1
Para comprender el basamento de la nota de Marcos Aguinis, titulada furibundamente "El veneno de la épica kirchnerista", es necesario tener en cuenta que el escritor no habla ni como periodista ni como filósofo. Sus argumentaciones son habladurías que parten de un rumor de fondo y se concatenan en una cadena dialógica de suspicacias y tópos. El más aberrante sentido común circundante en cierto sector social (sector que constituye el lector modelo de Aguinis) subyace en todo su relato.
La idea de "veneno" le sirve al autor para ligar cuestionamientos de la más variada índole, pero que no cuentan en la mayoría de sus casos con una explicación argumental sólida o pruebas (en el sentido periodístico de investigación) ni con consideraciones teóricas rectoras (en el sentido epistemológico).
Aguinis se consagra en mancomunar clichés para denostar al kirchnerismo. Eso es todo.
En un análisis ligero de su discurso nos encontramos con que, según él, "la alienación, en gran parte, se consigue mediante bellos vocablos". Sin embargo, no explica qué entiende por "alienación" y quiénes serían los alienados: ¿los que adhieren al oficialismo? ¿El pueblo? ¿Los funcionarios? ¿Todos? La frase de Aguinis no viene a decir nada. Sólo es un insulto tirado al azar, algo común en cualquier comentarista menor.
No obstante, líneas después arremete con lo que se ha convertido en su especialidad (y en la de algunos cuantos): intentar ligar al kirchnerismo con regímenes autoritarios.
Según él, esos bellos vocablos (y pone como ejemplos "nacional, popular, inclusión, equidad, derechos humanos, modelo, justicia social", entre otros) "equivalen a los que usan y usaron los autoritarismos de diverso tinte".
Aguinis reduce exponencialmente su fundamentación a una cuestión semántica y mecanicista. De este modo, utilizar ciertas palabras lo convierte a uno en tirano. Inmediatamente, el autor conecta otro sintagma tendencioso ("No hay dictador que no se autocondecore como el 'elegido' de su pueblo"), y cuando nos dimos cuenta, ya estamos dentro de la conjunción kirchnerismo/autoritarismo.
El relato ya sentó su raíz. Ahora es cuestión de añadir tópicas para que el golpe sea más contundente. Sin embargo, tampoco Aguinis consigue esto, ya que lo que continúa es tan lábil como su argumentación basal.
El autor prosigue con el "veneno" como hilo conductor. Menciona la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia, y también realiza una especie de repaso por la trayectoria del santacruceño, con la habilidad de no reconocerle explícitamente haber ganado en elecciones libres. Según Aguinis, a Kirchner "las pócimas que había derramado en Santa Cruz no le impidieron apropiarse de la presidencia". No es casual la utilización del término "apropiar", tan nefasto para los argentinos, ya que vuelve a repetirlo a continuación: "De inmediato (Kirchner) se puso a replicar en el ámbito nacional la química que le permitió apropiarse de toda una provincia".
Esta trama continúa, porque para el columnista de La Nación el ex presidente "conquistó la intendencia" de Río Gallegos. No puede ignorarse la distancia que separa, al menos en este contexto, la idea de "conquistar" o "apropiarse" de la de acceder por el voto popular a través de comicios democráticos a un cargo determinado. Cierta retórica forzada es llevada hasta el paroxismo por Aguinis en su búsqueda por lograr lo que no puede mediante nociones fundamentadas: convencer de que el kirchnerismo es una de las tragedias más grandes de la historia nacional.
En este sentido, deviene la inexorable, aunque no por eso menos escandalosa, comparación con el nazismo. Pero Aguinis, no conforme con esto, concluye diciendo que ciertos sectores del kirchnerismo son aún peores que las Juventudes Hitlerianas ya que, según él, "estas últimas (…) por asesinas y despreciables que hayan sido, luchaban por un ideal absurdo pero ideal al fin, como la raza superior".
Aunque a priori sea tentador pensarlo, este recurso no es un exabrupto discursivo. Por el contrario, se amalgama perfectamente con la lógica de todo el texto. Es tan sólo un grito más (evidentemente el más polémico) en medio de un gran alboroto de palabras que sólo permite comprender la indignación extrema del autor.
De ese bullicio, además, se desprenden denuncias de todo tipo, comparaciones, apelativos múltiples y acusaciones absurdas, como la de culpar al kirchnerismo porque "ya no se pueden reunir familias enteras ni grandes grupos de amigos porque estalla la confrontación. Ahora hay elegidos y réprobos, progresistas y reaccionarios, izquierda y derecha que ni pueden dialogar".
También abundan los lugares comunes, verbigracia la frase tan discriminadora como trillada: el kirchnerismo "no quiere terminar con la pobreza porque necesita de los votos que se retribuyen por subsidios y otros favores".
No obstante, en medio del griterío discursivo, Aguinis logra un paréntesis para rescatar a "un sector democrático del país representado entonces (se refiere a 2003) por López Murphy…". Claro, el ex ministro de la Alianza parece no indignarlo al columnista sino todo lo contrario. El tristemente célebre recorte presupuestario a las universidades que impulsó López Murphy va de la mano perfectamente con la idea de educación privada que venera Aguinis.
A pesar de todo, considero que el escritor atina en algo, y es en la utilización de la tópica del "veneno", porque precisamente veneno es lo que destila su relato, y no queda nada más. Aunque al Gobierno se lo pueda cuestionar lícitamente por múltiples frentes, Aguinis prefirió gritar en lugar de explicar y argumentar. Una lástima.