La escuela en crisis: Un problema de modelo
Por Emmanuel Rossi (lanoticia1.com)
Va de suyo que pensar “la educación” es tarea harto compleja producto de la amplitud de la terminología, su descontextualización y, principalmente, sus históricas definiciones que podrían separarse entre las analíticas y las utópicas (en el sentido de K. Mannheim).
Avanzaremos aquí en un concepto breve que dé cuenta de las prácticas en nuestro tiempo y en nuestro entorno, más allá de que ideológicamente pueda no ser compartido.
La educación formal actual -al menos en toda la zona centro del país- encuentra sus principales lineamientos en las nociones de Emile Durkheim, quien pudo pensar a la institución escolar como amalgama de la sociedad burguesa positivista en el siglo XIX.
Durkheim deslinda la educación de cualquier definición trascendental y la limita a la esfera social, rompiendo con la postura kantiana. Por ende, de fenómeno esencialmente humano de I. Kant, la educación se torna un fenómeno esencialmente social en Durkheim.
En este sentido, siguiendo con estos lineamientos, la educación (principalmente la educación primaria y media) actual continúa la tradición durkheimiana, desde la conformación del aula, pasando por la idea de educador y educando, hasta la noción de tabula rasa.
“La sociedad encuentra a cada nueva generación en presencia de una tabla casi rasa en la cual tendrá que construir un nuevo trabajo”, escribió Durkheim.
La homogeneización, acción que detestaban T. Adorno y compañía, es para Durkheim condición sine qua non para el desenvolvimiento social: “La sociedad no puede vivir si entre sus miembros no existe una suficiente homogeneidad: la educación perpetúa y refuerza esta homogeneidad, fijando de antemano en el educando las semejanzas esenciales que exige la vida colectiva”.
Esta idea es castigada por, entre otros, P. Bourdieu, con su concepto de violencia simbólica (que deja afuera al “distinto”).
La escuela actual mantiene viva la metáfora del progreso, la lógica homogeneizadora y utilitarista, la concepción del alumno como ente “sin luz” y la del educador como depositario de un saber, que obedece a pautas hegemónicas y, en muchos casos reproductivista, que ejerce poder desde su lugar en el aula hasta su investidura simbólica.
En tanto, la noción foucaulteana de disciplina es fundamental para pensar la escuela actual, ya que allí se generan dispositivos específicos que buscan producir “cuerpos dóciles”: el pupitre, el ordenamiento en filas, la individualización, la asistencia diaria obligatoria, las evaluaciones, etc.
Por otro lado, retomando la idea de escuela utilitarista, sobrevuela en la lógica educativa actual la noción de “estudiar para”, pensando la educación como el medio para un fin (conseguir un empleo, por ejemplo) y no como un fin en sí mismo. La razón instrumental del racionalismo positivista, atacado duramente por M. Horkheimer, se expresa aquí con todas sus fuerzas.
A su vez, los problemas (como el de deserción en múltiples instancias) obedecen la mayoría de las veces a factores extra escolares, como los económicos y sociales (en sentido lato). Por ende, analizar la escuela o la educación por fuera de un estudio social conduce al fracaso. Y, por otro lado, es palmaria la colisión entre esta lógica positivista con la realidad social del Siglo XXI, donde no sólo ciertos mythos fundantes de la escuela se han derrumbado sino que el sistema ha entrado en una fricción inexorable con el universo circundante.
En este sentido, la lucha por una educación de calidad, inclusiva, plural, rupturista y liberadora deberá estar ligada a la creación de nuevos paradigmas sociales (acordes al tiempo histórico) que trascienden a la propia escuela como institución. Mientras tanto, los docentes (los grandes héroes de esta película), casi en solitario, continúan a brazo partido haciendo lo que pueden para sostener los establecimientos contra un sistema destinado a mellarlos, y no precisamente por una apuesta superadora, sino todo lo contrario.