Adiós a Fernando García Curten, uno de los artistas plásticos más importantes del país
El dibujante y escultor falleció a los 86 años. Vivió en el extranjero, expuso tanto afuera como dentro del país. Cuando decidió dejar de exponer, su casa en San Pedro se transformó en museo con sus obras. "Maestro del deshecho", lo llamaron por la técnica que utilizaba para trabajar.
Sus contemporáneos le expresaron admiración genuina y llevaron su nombre a sitios donde al propio Fernando no le preocupaba llegar: Luis Felipe Noé —Yuyo murió en abril pasado, a los 92 años—, León Ferrari, Carlos Alonso, Eduardo Stupía, junto a él, los imprescindibles de una generación que marcó a fuego la historia del arte argentino.
También se formaron con él otros artistas que hoy son guía para los más jóvenes: su discípulo Jorge "Coqui" López, el teatrista Santiago Altolaguirre, el escritor Román Solsona, el músico Lucho Muñoz y tantos otros que le dedicaron sentidas palabras en redes sociales tras su deceso. Porque Fernando era más que un dibujante y escultor. Era un maestro que exudaba su fuerza artística, su cosmovisión, la coherencia de su trayectoria. En palabras, en silencios, en el humo de su pipa, en reflexiones sueltas sobre su propia obra que sorprendían incluso a quienes ya lo habían escuchado referirse alguna vez a una escultura en particular.
Eligió su casa en San Pedro para que su obra esté "toda junta", como siempre sostuvo era su deseo. Su casa era una casa abierta —aun cuando tuvo que tomar la dolorosa decisión de que deje de funcionar como museo— para quien quisiera cruzar la puerta negra y adentrarse en un universo único, oscuro y pavoroso, angustiante hasta extremos insondables, pero revelador de misterios intangibles y acaso aliviador de las almas, porque, de alguna manera, él también tenía “pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad”.
Por la Casa Museo inaugurada el 20 de noviembre de 1992 y cerrada al público hace 10 años a la espera de refacciones que la familia no podía solventar y que el Estado municipal no abordó —ni aborda: la obra sigue ahí, en constante riesgo— pasaron generaciones de artistas y de amantes de las artes, como generaciones de niñas y adolescentes formadas por su esposa, la poeta y maestra de bailarinas Susana "Chichí" Tosso, compañera inseparable a quien ahora le queda el peso de la soledad y la alegría de toda esa vida compartida.


Viajó por el mundo pero volvió a sus raíces
Fernando García Curten nació el 18 de enero de 1939. Entre los 7 y los 10 años desarrolló su pasión por el dibujo. A pesar de que su padre oponía resistencia a que el arte se convirtiera en forma de vida, a fines de la década del 50 pasó por la Facultad de Bellas Artes de La Plata. Ya era un artista en busca de su camino y supo rápidamente que no estaba en los pasillos de las universidades.
Esa búsqueda lo llevó a Estados Unidos a los 26 años. En Whittier, Los Ángeles, trabajó limpiando baños y refugios antiatómicos, bajo el riesgo de ser un residente extranjero que podría ser convocado al ejército, y tuvo la oportunidad de formarse con Carlos López Ruiz —a quien le escribió una carta, suponiendo que por su nombre entendía español, tras sorprenderse por su obra en una muestra—y con Tink Strother.
En 1967 recibió una Mención de Honor en Estados Unidos que puso el foco sobre su nombre y su obra. Se había revelado el genio que crítica, público y pares celebrarían desde entonces.

Sobrevinieron muestras individuales y colectivas en diversas partes del mundo y la beca del Instituto de Cultura Hispánica. Pero para Fernando "toda fama implica patrocinio", como dijo en 2005 en el Aula Magna de aquella Facultad de Bellas Artes de la UNLP que lo tuvo de alumno alguna vez. "Déjenme ser infame", pidió.

Se recluyó en la casa familiar, la de sus padres, en la esquina de Mitre y Pavón. Allí Chichí fundó el Taller de las Artes, allí criaron a sus hijas Fernanda y Rosaura, allí gestaron un espacio de paso obligado para estudiantes, docentes, artistas y público interesado en el arte. "García Curten es un ejemplo de que al arte argentino hay que descubrirlo en todos los rincones del país", escribió Luis Felipe Noé en 2010.
Decidió dejar de exponer, de vender sus dibujos y esculturas, pero también tomó la decisión de legar al mundo su obra, reunida en esa casa de puertas abiertas y de ventanas que permitían mirar desde afuera ese universo que construyó el artista para, como dijo él mismo sobre el lugar del arte en la historia de la humanidad, "reparar su realidad destruida por el miedo a la muerte".


De su obra dijo su amigo Abelardo Castillo, el otro artista sampedrino que se tendrá presente por siempre, que contiene "una personalísima visión metafísica del mundo".
Del reconocimiento que merecía, Abelardo dijo también que si "hubiera nacido en Londres o en París, si aunque más no fuese viviera en Buenos Aires" el mundo hubiese visto lo que vio él, lo que vio el Sábato que lo llamó "artista genial", lo que vieron todos y cada uno de los que pasaron por la experiencia de contemplar sus esculturas.
"Maestro del deshecho", como lo llamaron, García Curten utilizó para su obra ramas, huesos, juguetes viejos, sillas rotas, restos que encontraba en los volquetes, en las esquinas donde se agolpan de noche los residuos para que se los lleve el camión de la basura.

"El arte no formula, encarna", repetía y desarrollaba. A él, dijo alguna vez, el deshecho lo eligió, se le incrustó. Comprendió rápidamente su tiempo y el que vendría por delante: el mundo basura que produce hasta personas-basura en su devenir violento y tramposo.
"Siento la parte que me toca y, con basura y piedad, construyo mi obra, concibiendo el arte como un pesado esfuerzo para contrarrestar el desastre", dijo Fernando García Curten.
"Mi sueño es que mi obra quede toda junta, que no se separe", dijo siempre. Por eso la Casa Museo, que abrió para quedarse en San Pedro cuando estaba prácticamente decidido a mudarse a España, la de su padre y su abuelo, la de Goya, Picasso, Velázquez, sus admirados.
"Se abrió la puerta negra a las 5 de la tarde, al atardecer lloviznaba", recordó Chichí de aquél 20 de noviembre de 1992. Ese día la Casa Museo, con la Fundación Fernando García Curten como organización rectora, fue puesta en marcha. Luego, el 15 de mayo de 1993, con la declaración de interés municipal vía decreto, hubo inauguración oficial.
En uno de los tantos errores burocráticos, Fernando y Chichí fueron registrados como empleados municipales para que recibieran el subsidio destinado a la Casa Museo. Cuando se jubilaron, los ingresos se redujeron significativamente.
En 2015, el constante deterioro de la edificación obligó a cerrar al público. A pesar de los esfuerzos de amigos y admiradores de su obra, a 10 años todavía se espera que el refugio del artista más importante de la historia de esta ciudad y el legado de su obra reciban la protección que merecen.
Cuando en 2019 se estrenó en San Pedro Lo intangible, el documental de Matilde Michanie que filmó el trayecto del escritor y licenciado en Artes Visuales Marcos Kramer para su libro Un reflejo en la penumbra, la obra de Fernando García Curten volvió a los diarios del país, como había ocurrido en 2010, cuando expuso tras 20 años de reclusión.
Para San Pedro fue una verdadera fiesta, un redescubrimiento de su vida y de su obra. "Dijo cosas que ni yo sabía", reveló Chichí Tosso esa noche, en la que Fernando, siempre de negro, accedió a tomarse fotografías como la celebridad que después de todo era y que nunca quiso ser.
El día del estreno de la película, Fernando accedió a sacarse fotos con los presentes.
Estaba entre amigos, se lo veía feliz. Acaso porque había entendido que en todos los que estuvieron allí, en todos los que se asomaron a su obra, había logrado aquello que Abelardo Castillo dijo sobre él, "refutar la evidencia de la muerte, robarle a la muerte sus propios materiales".
Fernando García Curten falleció el domingo 16 de noviembre de 2025 a los 86 años. En "la orgullosa soledad de un pueblo de Buenos Aires". En San Pedro. En su Casa Museo. Allí donde su obra venció a la muerte. Para siempre.
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