Por Emmanuel Rossi
LaNoticia1.com
En períodos electorales, como el que vive nuestro país, se suelen realzar las miradas hacia las lógicas de las noticias falsas (fake news o bulos -como le llaman en España-). Y nunca faltan quienes en virtud de una supuesta moral empiezan a plantear organismos y cónclaves para impulsar jurisprudencias con el fin de castigar -fácticamente- a sus propagadores. Ésta es una actitud que no termina de comprender cabalmente el marco en el que se desenvuelven estas noticias falsas, y supone una hermenéutica con presencia de autores malignos detrás de ciertas publicaciones con la potencia tal de coercionar de manera definitiva las consciencias, como tabulas rasas, de distraídos e inocentes sujetos receptores.
Para dejar en claro un primer planteamiento: Las fake news operan actualmente en un contexto de posverdad, y la posverdad nada tiene que ver con las clásicas mentiras hegemónicas, sino que son un signo de un clima de época determinado.
Es imposible comprender el despliegue de las falsas noticias sin avanzar en el concepto de posverdad (y de cultura posmoderna).
Para el Diccionario de Oxford, la posverdad está relacionada con “circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que las referencias a emociones y a creencias personales”.
Esta definición es útil como primer acercamiento, pero el tema no se agota allí.
La posverdad -cuyo desarrollo no es atributo exclusivo de un sector ideológico determinado, como se suele decir- encuentra su raison d'être en un tiempo de relativización de la noción de Verdad. Desde Platón hasta hace unas décadas, la Verdad aparecía incólume, pero la regurgitación de cierto ideario sofista, producto de diferentes procesos que no explicaremos aquí, ha traído aparejada una licuación de la Verdad, merced de la caída de ciertos discursos que operaban como grandes núcleos rectores.
En su lugar emergió una microfísica de relatos tendiente al dogma del homo mensura: Hay tantas verdades como sujetos. Esto significa, por añadidura, que no hay Verdad, o si la hay es tan líquida que se desvanece en el aire. Claro que esta impronta no es absolutamente determinante en la Realidad (Realidad que no está fragmentada, ni es múltiple, ni se modifica desde un cambio de percepción individual, sino que es única y externa al sujeto), pero sí en el ámbito de ciertas ideologías como falsas consciencias que influyen en el entorno.
Entonces, si no hay Verdad, o ésta es relativa, no hay veracidad. Por lo tanto, se torna difusa -según esta perspectiva- la distinción entre falsa y no falsa noticia.
En el escenario de las mentiras hegemónicas tradicionales continuaba existiendo sólidamente el concepto de Verdad. Simplemente se la trastocaba -con una lógica lineal y verticalista- para alcanzar un objetivo. Las fake news posmodernas funcionan de un modo mucho más complicado de desentrañar.
A su vez, la posverdad requiere de un receptor activo. Durante el siglo pasado, distintos pensadores han avanzado en estudios de teorías de la lectura. Con diferentes matices, entendieron al lector (receptor) en un rol activo que imprime sentido a los textos. De este modo, ya no es el autor el dueño de su propio mensaje, sino que es la colisión entre el texto y el lector lo que genera un nuevo texto (un sentido). Esta impronta puede darnos un puntapié inicial para aproximarnos a lo que sucede hoy con las falsas noticias. Emisor y receptor ya no se distinguen fácilmente merced de la atmósfera de las redes sociales, y lo más importante parece ser la escogencia (no siempre del todo libre) de relatos por parte del receptor con el mero fin de apuntalar su sistema de ideas y creencias. Ya no se concibe aquí a un receptor cándido y neutral, sino que la promoción y reproducción de posverdades dialógicas requieren de un receptor que, de algún modo, se torna emisor de ciertos mensajes sin importarle necesariamente la veracidad de los mismos; la veracidad estará atada, entonces, a cierta conveniencia individual del receptor/emisor (que incluso puede incurrir en sobreinterpretaciones al trocar información fehaciente conforme a su singularidad, o bien deslegitimar datos auténticos catalogándolos de fake news).
Esto no quiere decir que no existan maquinarias propagandísticas destinadas a (intentar) usufructuar el clima de época. (El Poder es intencional y no subjetivo). Lo que decimos es que la posverdad tiene una lógica totalizante, en el que víctima y victimario no aparecen tan claros y, por ende, su desarticulación no depende de una maniobra de índole policial.
Entonces, ¿se puede ir detrás de las noticias falsas desmintiéndolas con pruebas y argumentos? Se puede. Es muy complejo y afanoso, pero se puede. El problema es de funcionalidad, es decir, en un mundo cada vez más tribalizado, ¿cuántos estarán dispuestos a cambiar de parecer tras las demostraciones empíricas? Los que somos Quijotes -a sabiendas de nuestras limitaciones, pues no estamos aislados del contexto- daremos esa batalla, pero debemos tener en cuenta la necesidad de ir hacia las raíces profundas del conflicto, para dar la pelea desde la estructura y en todos los frentes contra la cultura de la mentira.
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