La historia de Adriana, la docente zarateña que trabaja triple turno y volvió a nacer tras una compleja cirugía cardíaca
Tiene 53 años, es de Villa Carmencita y dedicó toda su vida a la docencia. Fue a un control de rutina y le detectaron una falla en su corazón. Se atendió por IOMA en el Hospital Privado SADIV de San Pedro y recibió el alta tras un bypass coronario. “Nunca tomé dimensión de la gravedad; siempre me sentí segura”, contó a LANOTICIA1.COM.
Adriana Mariel Forqueda, docente zarateña de 53 años, acaba de vivir uno de esos sacudones que redefinen una vida. Esta semana recibió el alta médica y volvió a su casa, en el barrio Villa Carmencita, tras convertirse en la primera paciente operada de by pass coronario en el Hospital Privado SADIV de San Pedro. Su historia combina prevención, rutina y una inesperada tranquilidad que —según cuenta— solo encontró allí.
Todo comenzó como un chequeo común. “Fui al cardiólogo por control, por la edad, por la menopausia… lo típico. Me hicieron un electro y salió mal. Repetí varias veces y seguían mal”, relató. Su cuadro de hipertensión y diabetes —que también atraviesa a su familia— encendió aún más las alarmas. Tras varios estudios terminó en San Pedro, donde la atendieron por IOMA. Allí se enteró de que sus arterias eran demasiado finas para colocar stents.
“Me hicieron el cateterismo, intentaron poner stent y no pudieron. Mis venas eran muy finitas y se reventaban. Ahí me dijeron: ‘Adri, hay que hacer bypass’”. Fue el momento en que apareció un nombre clave: el cirujano cardiovascular Santiago Florit, también de SADIV, quien definió la fecha de la operación.

Adriana no conocía San Pedro ni el hospital. Pero su vínculo con SADIV se volvió inmediato. “La atención fue excelente. Ya soy una sampedrina más”, dice entre risas. “Me enteré que atendían por IOMA y fui. Me conozco a todo el mundo. Uno habla, como todo docente”.
El diagnóstico cayó fuerte en su familia. Ella, sin embargo, jamás perdió la calma. “Para mí era una operación más. Ya tuve cesáreas, vesícula, hernia umbilical… pensé que era otra operación y listo. Nunca tomé dimensión de lo grave que era una cirugía a corazón abierto. La seguridad que me dieron me mantuvo tranquila”, recordó. Sus hijos, de 25 y 27 años, no la pasaron tan liviana: “Cuando el cirujano les explicó, yo decía ‘se me desmayan acá’. Les pedí que se sentaran en la camilla”.
El humor fue clave. Incluso en el prequirófano. “Le dije a Santiago: ‘No voy a poder viajar más en avión, me va a sonar la chicharra’. Y él me explicaba todo en la compu… yo soy re chusma y le preguntaba todo. Cuando me mostró el hilo con el que atan el esternón le dije ‘ya está, listo, con esto ya me relajé’. Nos reíamos. Me tranquilizó muchísimo”.
La cirugía se realizó el 29 de octubre, un día después de internarse “para no pensar pavadas”. Le hicieron una incisión desde el cuello hasta debajo del busto y otra en el antebrazo izquierdo, de donde extrajeron una vena para reconstruir la irrigación coronaria. “Lo único que yo quería era bañarme en mi casa. Eso era mi felicidad”, dijo entre risas al recordar el alta, una semana después.
Ahora sigue en plena recuperación. No puede levantar los brazos, ni moverlos hacia atrás, ni hacer esfuerzos mientras el esternón cicatriza “como una quebradura, pero sin yeso”. Sus hijos la acompañan de cerca: “Están tranquilos. El más chico me lleva y me trae”.
Cuando habla de Zárate se ilumina. Nació ahí hace 53 años y trabajó toda su vida en la educación pública, en escuelas periféricas, rurales y técnicas. Actualmente se desempeña en la Secundaria 7, el Industrial y el Instituto 187 de adultos. Ha sido preceptora, profe de matemática, secretaria, directora y referente en escuelas rurales durante años. “Mis chicos son mis chicos”, dice con una ternura que no disimula. Y lo reafirma con anécdotas: “Me han regalado de todo, desde tortugas y conejos hasta patos y gallinas… de todo. En esos ámbitos, los chicos son muy agradecidos”.
Una de las historias que más la emocionan es la de un exalumno al que convenció de estudiar Enfermería en su ciudad. El chico no tenía los recursos para poder seguir una carrera en Capital y ella lo animó a no bajar los brazos. “Cuando se recibió me fui al acto de colación y lo encontré solito, bajé del remís y nos abrazamos llorando. Son cosas que te quedan para siempre”, contó mientras se le quebraba la voz.

Hoy, además de sanar, repite una enseñanza que siente imprescindible: “Hay que cuidarse. Yo me enteré de todo esto por un estudio de rutina. Si no, capaz me agarraba de sorpresa”. En plena pandemia descubrió que tenía 450 de azúcar. “Una locura. Pero ahora estoy reubicándome con todo”.
Antes de despedirse, pide un último párrafo para agradecer. “A todo SADIV. A los cardiólogos, a Lucas que me hizo el cateterismo, a Santiago Florit que me operó, a las enfermeras, a todos. Me trataron con una humanidad increíble”. También menciona a sus amigas, a sus hijos, a su sobrino y a la comunidad educativa de Zárate: “Están todos pendientes de mí. Y yo estoy agradecida de seguir acá”.
Entre aulas y kilómetros, Adriana dedicó siempre su vida a enseñar y hoy también deja una lección: la importancia de cuidar el corazón. La detección temprana, una operación precisa y el apoyo de los suyos le permitieron volver a latir con fuerza y abrir un nuevo capítulo en su vida.

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